domingo, 28 de septiembre de 2014

Y de repente un día, más de un año después de la última entrada te vuelves a acordar de ese pequeño e íntimo blog que tenías, que solías utilizar de vez en cuando para escribir y soltarlo todo en unas cientos de palabras. Vuelves a leer las entradas y piensas en todo el tiempo que ha pasado de aquellas entradas, piensas en qué contar, han pasado y has vivido tantas cosas que no sabes por cual empezar, al final solo te limitas a escribir sobre qué te gustaría escribir pero luego piensas y llegas a la conclusión de que hay cosas que es mejor guardarse para uno mismo. Otra opción que se te pasa por la cabeza es escribir todas esas cosas desde el anonimato, desde otro blog, por el qué dirán ya sabes, y es que ahora todo se basa en eso... Antes podías escribir tranquilamente, contar todo lo que te apeteciese sin ningún tipo de problema, pero ahora... Ahora la gente comenta todo, critica todo, en eso pasamos el tiempo. Así pasa que pasan los meses y los años y ese pequeño blog, esa pequeña parte de ti en la que podías guardar tus pequeños secretos ya no es un sitio al que poder confiarle sentimientos ni secretos y por lo tanto ya no tienes ganas de escribir, o sí, pero no lo haces. 
Las cosas cambian, las personas cambian, todo cambia. Esa es la función del tiempo, hacer que las cosas cambien, a veces a mejor y otras a peor.